Don Eduardo Rojas Ovalles nació en las cercanías de la Grita en 1922, en la quebrada de San José. Artista autodidacta que ha vivido la mayor parte de su vida en Bailadores, rodeado entre verdes colinas, misteriosos lagunas y altos chorrerones. Heredero de una antigua tradición oral donde gnomos, brujas, metamorfosis, desaparecidos y arcaicos espíritus hunden sus raíces en ancestrales creencias.
Adentrarse en contacto con este universo creativo a través de cartas, folletos, libros y fotografías, es profundizar en la micro historia de los andes y reconstruir la manera en que vivieron y viven estas generaciones.
Los creadores populares de esta región andina forman una comunidad que recuerda los gremios medievales. Así la obra de los Eduardo de los Vientos o para otros Mahoma, como relata José Gregorio Parada en su libro Imágenes de Bailadores ha formado e influido a tallistas y pintores como Hugo y Anselmo Vivas. A él le deben su pasión por la perfección en el tallado de la madera y al cuidadoso uso del color en sus escultores, altorrelieves y cuadros. En la vida de este solitario artista también ocupa un lugar especial el escultor y pintor Luis Barón, pues las correrías de ambos por las montañas y páramos, son episodios importantes en la historia local, como fue el encuentro que tuvieron con la reina de los gnomos, o cuando don Luis lo llevó a la Grita a casa de doña Jovita Barragán para que lo curara... curandera que don Eduardo fue iniciadora en la yerbatería y la medicina popular. También fue amigo del tecnólogo e inventor don Luis Zambrano, y en más de una ocasión rezó sus propiedades para protegerlas con sus oraciones, cuando comenzaron a ser centro de atención de los amigos de lo ajeno.
Es común ver a don Eduardo caminar con sombrero y bastón por los alrededores de Bodoque o de Bailadores, como un concentrando caminante que observa con cuidado árboles, flores, frutos y yerbas, tanto en terrenos agrestes como en los jardines de casas, fincas y quintas para recoger plantas curativas que guarda en sus bolsillos, para curar a quienes buscan su ayuda. Por este saber no acepta sino un “Dios se lo pague”.
Tiene una personalidad tímida y evasiva, con el tiempo se ha ido convirtiendo en uno de los escultores populares con una obra artística de mayor originalidad de Venezuela. Su vida está impregnada de una religiosidad y filosofía cotidiana que se materializa en frases que nos acercan a sus principios de vida, como son los pensamientos: “pa’ sé avispado hay que hacerse el bobo”, “la prudencia y la decencia vencen lo que la dicha no alcanza”, “todos mentimos a base de mentiras” “cada quien tiene su modo de matar pulgas”, “siempre uno tiene todo en el mundo: un estorbo y quien lo estime”.
Sus esculturas y altorrelieves, a los cuales llama cuadros, tienen como tema en general su religiosidad personal, son piezas que fusionan el cristianismo con las creencias populares y la cultura universal. En ellas se materializan sus vivencias, y las diversas etapas de su vida como fue crecer cerca de lagunas y de quebradas, y vivir entre pequeños poblados, muchos de los cuales hoy no existen. Entre sus oficios está el haber sido agricultor, obrero, jardinero… Estudió primaria en la escuela de la Laguna de García (1933), éste es uno los hechos de mayor importancia en su vida: él haber sido el único de nueve hermanos que Macario Rojas, su padre, inscribió en la escuela de doña Carmen:
Al único que puso papá, de nueve hijos que tenía, en la escuela fue a mí. Cuando llegamos a Pregonero tenía 11 años, no sé como se le ocurrió eso, no se si fue el Espíritu Santo, cuando entre risas, nos conversó como si nada:
- Voy anotar al mico último con los maestros de la Laguna de García, que eran de Guaraque.
De la alegría que me habían anotado en la escuela, no dormí; entonces mamá, por la mañana me dió café: eso lo bebo cuando venga.
(Eduardo Rojas Ovalles, testimonio, 2006).
Tuvo la suerte de tener la educación que le permitió consumar uno de los mayores anhelos de su vida: ser seminarista. Sus primeros años de estudio en la escuela de Laguna de García, ubicada en la casa cural, hoy los recuerda con gran emoción. Aún guarda el libro donde aprendió a leer hace 71 años, texto escolar que fue guía de varias generaciones en el país: el libro Mantilla impreso en Francia. En esa escuela rural fue donde nació su deseo de ser seminarista, al llamar la atención un día del Obispo que los visitaba por su deseo de confesarse, siendo apenas un mico (niño). Y por esa razón deseó el Obispo llevárselo al seminario al terminar el cuarto grado, lo cual no fue permitido por Macario Rojas, deseo que años después pudo realizar a pesar de la intransigencia de su padre.
La educación y disciplina de seminarista en el convento de Palmira, en el Estado Táchira (1939-1941) le permitió conocer teología, filosofía, historias de santos y vírgenes, el griego y latín así como algo de francés. Al abandonar este convento fue sacristán en la Iglesia del Espíritu Santo en Grita, hasta que tuvo un encuentro con un cura algo sinvergüenza.
Al conversar con este hacedor pareciera que la edad dorada de su vida fue su estancia en el convento, y su purgatorio, haber salido de él. Esto puede ayudar a comprender la soledad en que vive aún en Bodoque, pero don Eduardo Rojas no desea la beatitud, ni hacerse pasar por un santo, por esto es común encontrarlo con sus amigos, compartiendo unos tragos de michecito, encuentros en los que se dan conversas que terminan con el amanecer. Por esto Eduardo de los Vientos siempre es bien recibido cuando sale de su soledad, por lo ameno de su palabra y lo curioso de sus expresiones que son proverbiales en Bailadores, es común oír cuando se hace referencia a él recordar su curiosa manera de hablar, y las palabras que usa, como: pingo, mico, soponería, montonones, cuzcos, chorrerones, chapones, curos, patusquería, a trompicones, cabo de año, envolataron, aviecito, parchonón, paredonón, chambonada, patuquerías, calamitoso, manadón, trapera, etc. Él ha vivido intensamente, asimilando variadas creencias populares de Venezuela y de otros continentes como son los rezos, conjuros, las cartas, la cábala y otros oráculos adivinatorios.
Célibe de por vida, convicción que nació en él cuando dejó el convento de Palmira y le fue exigida por el prior fray Pablo Ávalos, que asumiera el celibato como voto de amor a Dios y la Virgen para no desviarse de la senda espiritual. Su aislamiento tiene mucho que ver con estos hechos y su carácter; creó su religiosidad creativa en la soledad y la niebla del páramo Mariño donde vivió por varias décadas, a medida que sus esculturas iban naciendo. Como San Antonio, se tuvo que enfrentar a sus tentaciones, no en un desierto, sino en las cercanías de un misterioso lago.
Su gusto por ir de sitio en sitio como peregrino, es un rasgo que pareciera haber heredado de su padre, quien nunca tuvo paradero fijo:
Papá nunca tuvo sosiego, era nacido en Ejido, su mamá se llamaba Francisca, él era el último de seis hermanos, eso llegaba a la casa y se estaba de hoy pa’ mañana, y se iba po’ Ejido y salía a San Cristóbal y después se metía por el Estado Apure.
(Eduardo Rojas Ovalles, testimonio, 2006)
Así, era común ver a don Eduardo Rojas en los mercados de Laguna de García, Bailadores, Palmira, Pregonero…, acompañado de su bestia yendo a vender sus quesos, mantequilla y otras menudencias que cosechaba en el páramo. Don Eduardo, como buen agricultor, es mañanero, y al despertarse en la madrugada sus primeros pasos van dirigidos al fogón o la hornilla, para hacer su guarapo caliente compañado de arepa de trigo. Es bueno en la cocina, la cual disfruta. No en balde fue, en ocasiones, el cocinero del convento en Palmira, siendo elogiados sus platos por todos:
Un día no sé pa’ donde se fueron los dos cocineros, y fray Pablo Ávalos, me dijo:
Hoy le toca a usted su reverencia, hacé pa’ comé pa’ los 80… Tocó primero hacer cuatro arepas mucho grandísimas. Ahí, nos desayunamos junto a ese gental, y eso, si uno se descuida, queda como la totuma boca abajo. El desayuno era queso y arepa, o caldo de leche con aliño, una comida muy buena. Ahora, pa’ el almuerzo, era otra cosa…
(Eduardo Rojas Ovalles, testimonio, 2006)
Su lenguaje plástico se caracteriza por la tensión entre lo vivido y lo soñado, entre el cristianismo y nuestro pasado ancestral, entre la realidad y la dimensión de lo simbólico.
Cada escultura se identifica por la delicadeza del tallado y la búsqueda de la perfección en los más mínimos detalles de la indumentaria y gestos corporales, las tallas son recubiertas con preciosas policromías, destacando los toques finales de pinceladas de oro y plata que bordean los ropajes, y sus recubrimientos con adornos simbólicos. En términos generales domina en sus esculturas el hieratismo, debido a la quietud y el alejamiento de signos de movimiento físico en sus piezas, el movimiento potencial se expresa en los gestos del rostro y las manos, que destacan la lucha interior que proyecta el artista en estas piezas.
Así, establece varios niveles de significación en sus obras, como son el caso de diversas versiones hechas del fundador de la Orden de los Agustinos. Éstas funden las creencias de don Eduardo, al percibir la vida de San Agustín como mago que tenía el don de volar con poderes maléficos de los se que arrepienten, para convertirse en un santo dentro de las creencias populares las cuales funde con las versiones más ortodoxas. El santo se convierte, desde esta perspectiva, en un hombre poseído, y a su vez en el filósofo y erudito estudioso que recuerda la tradición católica, en obras como Las Leyendas Doradas. Esto hace que su lenguaje escultórico y los colores usados tengan una simbología personal, que se expresa en la libertad con que talla estos iconos, su estética resulta sorprendente por su agreste belleza.
Entre las piezas más importantes de esta iconografía se encuentran los San Agustín, donde a pesar de la libertad en su tallado, se mantienen elementos fundamentales de su simbología como son el báculo con que lo representa, relacionado al poder espiritual y ser fundador de una orden religiosa, las versiones varían trasmitiéndole sentidos diferentes, que enfatizan su poder como piedra espiritual, el corazón que acompaña una de sus manos es un símbolo de amor y de la piedad divina. Con la piel negra del santo, el artista recuerda el origen de San Agustín en la ciudad de Cártago, África.
Diversos elementos plásticos y simbólicos también se hacen presentes en las crucifixiones que por un lado, se acercan a la visión tradicional y la historia de la pasión, pero su expresionismo les transmite la visión personal que posee del Cristo, pues el Mesías, para este artista y la religiosidad popular, es el protector de muchas oraciones y conjuros, que cierran con frases como: “El que todo lo puede” como ocurre en el caso del “Conjuro Real” y la “Oración del Tabaco.”
En su Piedad expresa la tensión entre la tradición y su percepción, que se manifiesta en la sobredimensión de la sección superior del cuerpo que representa lo uránico, lo divino y lo trascendente con respecto a la parte inferior que expresa lo telúrico, lo humano y lo intrascendente. Las crucifixiones a su vez, recuerdan uno de sus primeros momentos creativos como aprendiz de escultor, suceso que ocurrió a principios de los 40 en el convento de los agustinos de Palmira, cuando le ordenaron restaurar una crucifixión. En ese instante de su vida debió sentir el peso de entrar en contacto con esta imagen devocional, y la ambigüedad e intensidad de lo numinoso; que hace sentir al creyente la tensión del éxtasis a la vez que el temor y la angustia de entrar en contacto con lo sagrado.
La creación así se muta en un él en un proceso interior de transformación espiritual, al unir lo artístico a lo devocional. Por esto parte de las obras no se encuentran en manos de coleccionistas, sino se integran a altares de familias andinas, o de comunidades como ocurre con una “Virgen de Guadalupe” que talló para una capilla en el Páramo Mariño.
Su hogar y taller es sitio de encuentro de los admiradores de sus obras, que buscan obtenerlas como protección y centro del culto familiar o como amantes de la belleza, y aquellos que van en búsqueda de sus conocimientos como yerbatero y curandero. Estos sentidos se hacen presentes en obras como La Saviduría (1988), que reflejan su pasión por la reflexión sobre sí y sobre la filosofía antigua, al referirse a esta pieza, recuerda la conversación:
Cuando vinieron a llevársela, me preguntaron:
- ¿De donde saca usted eso? -Pues de aquí, de las ideas, ¿de dónde más?, pues la sabiduría es la ciencia de cada quien, pues entonces eso es lo que hice. Entonces no solamente tenía que fijarme en ese u otro cuadrito, porque la ciencia la tiene uno adentro de sí.
(Eduardo Rojas Ovalles, testimonio, 2006).
El lenguaje plástico que maduro este hacedor tiene connotaciones simbólicas, tal como ocurre en su versión de La Saviduría, en la estrella dorada que sostiene en una de sus manos, asociado a la iluminación intelectual y del saber interior que hacen huir las tinieblas del ser, el color verde de su manto se relaciona al conocimiento inspirado en la naturaleza, el blanco de la túnica a la pureza del espíritu y el libro que sostiene, a las exigencias de la filosofía por el estudio y la meditación para alcanzar la sabiduría divina. La corona pintada de color oro refuerza estos sentidos. Por encontrarse en la cima de la cabeza hace referencia a un conocimiento inspirado en la divinidad, y al ser circular se asocia este conocimiento al encuentro de la perfección. Los elementos artísticos incorporados a sus piezas no son resultado del azar, sino que poseen una lógica estética y simbólica:
Hago las esculturas con mi ideología de lo divino. En cada una de ellas hay muchas historias, y recordatorios de lo antiguo, si uno no sabe nada qué va a decir a otros.
(Eduardo Rojas Ovalles, testimonio, 2006)
Este imaginario sacro nace de una fuerte voluntad creativa, y de la maduración de su proceso creativo. Sus esculturas tienen como materia prima la madera, a través de un proceso que se inicia en una tensión entre el mundo exterior y el interior hasta llegar a tener clara la imagen que desea plasmar en todos sus detalles, y haber resuelto los problemas técnicos que tiene la elaboración de cada escultura. Al observar algunas piezas semiacabadas, nos permite acercarnos a esos momentos, donde el primer paso, tras tener claro lo que desea crear, es el trazado del lápiz sobre madera para marcar la forma que irá brotando del bloque amorfo a golpe de gubia y de sus ligeros “hierritos”, como llama a sus herramientas. Estos iconos en ocasiones se inspiran en sueños, así como ocurrió con el altorrelieve aún no terminado para el rey de España don Fernando:
Todavía tengo que terminar el cuadro pa’ Don Fernando, el rey de España, pero no he podido. No sabía qué hacerle, y una tarde me quedé dormido pensando en ese cuadro que estaba por hacer, y soñé lo que debía ser: Vi una imagen muy rara, y supe que esa era la que le iba a hacer al rey de España, y empecé a marcar sobre la madera.
(Eduardo Rojas Ovalles, testimonio, 2006)
Además de su preocupación como creador de formas, le preocupa mucho al artista que a su vez esta materia tenga connotaciones sagradas. Esto explica el por qué le gusta trabajar en madera de cedro:
Esculpo en cedro, porque es una madera casi imposible pa’ pudrirse, y por otro lado es liviana, y según dice la Biblia, es la madera que escogió Noé pa’ hacer el Arca del diluvio, y Salomón para hacer su palacio.
(Eduardo Rojas Ovalles, testimonio, 2006)
El pragmatismo del creador y su anhelo de vivir entre lo sagrado se percibe, así en los diversos niveles de sus proceso creativos. Las texturas y colores con que cubre sus iconos, pieles y elementos de la indumentarias están asociados a su lógica simbólica, como serán las estrellas en los mantos de las vírgenes, las azules orbes, los báculos dorados que fueron creados con un gran dominio técnico, exigente en la búsqueda por obtener los materiales que le permitan lograr los efectos que respondieran a su concepción del gusto. Un ejemplo de esto, son los intentos fallidos por crear los acabados que le satisfacían, y esto sólo lo logró, en parte, al encontrar el tipo de pintura que exigían sus esculturas. Se establece por tanto en sus obras un proceso de experimentación con los materiales y la forma está en función de lo que desea comunicar.
El tratamiento artístico que transmite el hacedor a la tridimensionalidad es variado, va desde lo escultórico hasta la tensión entre lo bidimensional y lo tridimensional, tal como ocurre con su “San Lázaro”, en el que el volumen del santo y los perros que lo acompañan parecieran librarse del fondo bidimensional. En líneas generales su obra sigue las creencias populares, como es el caso de Lázaro, santo de los pobres y de ciertas enfermedades, al que esculpe con muletas, como es representado en la iconografía tradicional, llagado y con dos perros lamiéndole sus heridas. Su originalidad como creador se manifiesta en la manera de representar estas imágenes, y en los elementos que transforma y añade. En el San Lázaro esto se observa en el paisaje del fondo que contextualiza y podría representar cualquier rincón de los andes.
Es la vida de Jesucristo otro de los símbolos existenciales que mayor fuerza tienen en su vida, quizás por esto en su obra destaca La Dolorosa, escultura maestra donde el dolor es convertido en madera, en el abrazo de la Virgen María al hijo recién crucificado, convierte el volumen en sentimiento. El cuerpo semidesnudo de Cristo parecería desvanecerse del regazo de la Virgen María, escurriéndose a las profundidades de la tierra o a la muerte y la parte superior del cuerpo, por su ubicación, tiene un sentido ascensional señalando la resurrección.
De su identificación con Jesucristo, se enraíza parte de su gusto por la errancia, una de las características del profetismo, que tiene sus raíces en el chamanismo, y en la vida de este profeta andino se establece la fusión de ambas dimensiones. Cuando él narra en sus vivencias su encuentro con personajes como gnomos, duendes y brujas, podría estar haciendo referencia a los espíritus auxiliares propios del chamanismo.
En su niñez la imagen de profeta como conocedor e intérprete de las sagradas escrituras, se hace presente en Hermegildo Moreno, quien junto a María de Jesús, tía de don Eduardo, hacían juntos lecturas de las sagradas escrituras. Este curioso personaje era reconocido por su larga, blanca y algodonosa barba, así como por sus extrañas costumbres de sólo usar calzado en suelo santo. Él enriquecía estas conversas con María Teresa de Jesús, con sus profecías, algunas de las cuales aún recuerda:
Vendrán los tiempos
y pasarán los tiempos,
se verán cosas muy raras,
y cuando pasen los 2000 años,
vendrá la gran tribulación.
Miren, cuando llegue la gran tribulación,
vendrá una gran carestía,
pero comprarás a como esté,
y venderás a como esté.
El San Benito del Monte Tabor, es otro de sus esculturas paradigmáticas, se caracteriza por el alargamiento de las tres figuras que integran el conjunto y su contrastante policromía presente en las indumentarias. Los dos niños que acompañan al santo, expresan su anhelo de que vivan en el paraíso y no en el purgatorio. Pero también nos encontramos ante otra dimensión vinculada a las creencias populares de el San Benito del Monte Tabor, por sus poderosas oraciones como protector contra las alimañas, malos espíritus, bebedizos y hechizos, estos se observan en el libro que lleva uno de los niños entre sus manos, que expresa el poder mágico de la palabra:
San Benito de Monte Tabor,
que cuidas mi casa y mi alrededor,
de brujas, y hechiceras
y de hombre malhechor
hoy sábado día de la Virgen,
y mañana del Señor,
y en víspera de San Cipriano.
Oración que se repite tres veces, y el que esté escuchando eso no vuelve. Esa oración es muy importante hasta contra una plaga que este dando brega por ahí, pa’ eso sirven esas cositas.
(Eduardo Rojas Ovalles, testimonio, 2006)
En los hogares que ha tenido el artista se encuentran diversos altares, pues se está ante una visión de la casa como templo y taller, sentidos que se sintetizan en el nombre que da a su hogar “Acrópolis de las Esculturas”. Al hacer esto es conciente de la significación de la palabra en griego, y que en Atenas se encontraba la mas preciosa Acrópolis del mundo antiguo, de ahí que mandara hacer unos cuadros o cartelones con este nombre para dar a conocer su casa, y evitar la pérdida de sus visitantes en el Páramo Mariño. El altar principal de su casa en Alto Viento se centraba en la sala, estaba recubierto con una tela, donde ubicaba a vírgenes, y santos; la pared de fondo se veía repleta con estampas, cuadros, y retratos vinculados a su imaginario sacro y a su vida.
En Bodoque, donde vive desde hace 17 años aproximadamente, se encuentra en la sala de su hogar, una pared con una composición similar a la antes mencionada, con un altar en el centro, donde se ubica un conjunto de piedras que están vinculadas al poder de estos elementos, herencia de la religiosidad indígena andina y las huacas andinas, pieles pétreas que encierran espíritus ancestrales. Fueron escogidas estas rocas tanto por su forma como por sus poderes mágicos. El otro altar en su actual hogar se ubica en el cuarto, el centro lo representa una talla del niño Jesús, en un nicho, rodeado de estampas y rosarios, en este lugar guarda sus bienes más preciados: libros, cartas, correspondencia, retratos y herramientas de trabajo. Entre estos libros se encuentra la Biblia, El Tarot Egipcio, las Confesiones de San Agustín y las Florecillas de San Francisco de Asís, los que ha ido adquiriendo tras afanosas búsquedas entre las librerías de la región, búsquedas que continúa cuando tiene tiempo y algo de dinero, porque son muchas las dudas que le quitan el sosiego.
A uno mismo el trabajo le da con el traste, y de allí va el sentido de uno a reformar y recrear, y eso es lo que hay que hacer. A uno el trabajo mismo lo hace maestro.
(Eduardo Rojas Ovalles, testimonio, 2006).
Texto y fotografías cortesía de Eduardo Planchart Licea
Eduardo Rojas Ovalles falleció el 7 de Octubre de 2009
en "Por un cielo de barros y maderas" de Mariano Díaz, 1984
video realizado por Eduardo Planchart Licea
"TESTIMONIO DE EDUARDO ROJAS OVALLES"
escrito de Eduardo Planchart Licea, 2006
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